Hoy queremos compartir con vosotros estas palabras que nos ha dedicado Estefanía Olivera después de pasar una semana en nuestra escuela.
Estefanía ha realizado un Máster en Experto Profesional en Pedagogía Activa y Vivencial y, para completarlo, buscó una escuela en la que realizar una observación directa y cercana. Y así fue como acabó en Myland ;).
Desde aquí queremos agradecerle, no sólo sus palabras, sino el respeto y cariño tanto hacia los profesores como hacia los niños y niñas de Myland con el que nos acompañó en todo momento. Las puertas de nuestra escuela siempre estarán abiertas para lo que necesite y como ella bien dice: ¡Nos vemos en el camino!
El otro día leí que para adaptarse al cambio y afrontarlo, teníamos que nacer de nuevo. Y hablaban de cambio en el ámbito educativo, aunque podría aplicarse a cualquier otro entorno. Cambio, entendiendo este como modificación de una cosa para convertirla en algo distinto u opuesto, siempre lleva unas connotaciones negativas (o eso quieren hacernos ver) que desembocan en miedo a experimentar “lo nuevo”, y por lo tanto, al estancamiento social de permanecer en las tradiciones (tanto en pensamientos como en maneras de actuar) y en sistemas que por naturaleza se quedan obsoletos.
Hay que aceptar que la evolución existe, que el entorno se transforma y nosotros con él. Hay que avanzar y descubrir nuevos métodos que nos ayuden a desarrollarnos como seres íntegros, donde no sólo se tenga en cuenta el coeficiente intelectual, sino también, el coeficiente emocional. Y adaptarse. Ya lo decía Darwin: “No es el más fuerte ni el más inteligente el que sobrevive, sino el que mejor se adapta al cambio.”
Pero para evolucionar, y que dicha evolución no sea un feedback, sino una línea recta sin horizonte, hay que tener en cuenta las necesidades que el cambio, en cuanto al entorno global, provoca en el ser humano. De esta manera y mejorando o complementando las influencias o paradigmas de nuestros orígenes, podremos consolidar una base educativa llena de controversias.
Y justo, esta consolidación de la que os hablo, que veía no muy lejana pero si muy lenta de conseguir, la vi plasmada en Myland. ¿Cuántas veces habéis soñado con un lugar idílico donde las relaciones humanas estuvieran armonizadas? ¿Dónde la integridad del ser humano tuviera sentido? ¿Dónde el saber no fuera un prestigio perseguido sino un atributo adquirido en libertad? En Myland existe. No “hacen” ni “crean” niñ@s como se suele decir, sólo les dejan ser. ¡ Y qué bonito! Qué bonita la forma en la que acompañan el aprendizaje y desarrollo de tod@s ell@s.
Tuve ganas de volver a ser niña, de rodearme de aquel cariño que se respiraba. De llorar incluso y sentir uno brazos comprensivos que me acompañasen el llanto. Ganas de trepar el árbol y escuchar “puedes hacerlo” o “confío en ti”. Ganas de tener ese tiempo y compartir con mis compañer@s la aventura tan alucinante que a mí, como niña, me ha pasado. De expresarme con total libertad, y ser escuchada, y comprendida, y acompañada, y que me hicieran ver las cosas como son, sin maquillaje, para ser una persona real, sin careta emocional. Ganas de tener todo aquello que me quitaron en mi infancia, de aquello que no me enseñaron, de aquello que no me dieron.
Cuando fui a Myland, iba buscando empaparme de todo eso. En breve comienzo un proyecto similar en forma, igual en esencia y lo único que me faltaba era encontrar y constatar ese lugar idílico en el que pudiera sentirme parte de él como niña para ahora como adulta en mi futura escuelita, dejar ser a las criaturas que formarán parte de él.
No resto importancia al trabajo impecable, en cuanto a temas pedagógicos, que se lleva a cabo. Pero todo esto era más fácil de escribir en mi libretita, que de sentir, jeje. (Y que me servirá también en mi andadura profesional)
Gracias por abrirme las puertas y darme esta oportunidad. Nos vemos en el camino!